Morir en el amazonas con un real
Esperábamos, a mediados del mes de marzo, embarcar el vuelo que nos transportaría de Salvador de Bahía a Santiago. Serían 5 horas aproximadamente sin escalas en un moderno Airbus A320 que no estába nada de completo.
La ruta la conocía bien porque hacía algo de un año que yo la había hecho, pero solo. Esta vez viajaba con mi pareja, Pablo.
Nos subimos al avión y en diagonal a mi se sienta una señora y su hijita. La niña empezó, ni bien entró al avión, a llorar a gritos, casi como si entendiera que se acababan las vacaciones y que debía volver al jardín, donde seguro algúna otra niñita le tiraba el pelo o donde comía comida que quizás no le gustaba.
Como estoy acostumbrado a viajar con gente que no soporta las turbulencias ni las guaguas llorar, inmediatamente me di vuelta y empecé a jugar con ella. Los llantos habían pasado y podría sentir el agradecimiento de los pasajeros que me miraban tiérnamente. Ni bien me daba vuelta y ella volvía a llorar, por ende pasé el despegué dado vuelta haciéndole morisquetas.
Al parecer la presión adormeció a la niña y yo me pude dar vuelta. El vuelo alcanzó la altitud crucero y las señales de abrochar los cinturones se había apagado cuando yo dejo de sentir el lado izquierdo inferior de mi labio... no me preocupé demasiado... a esa altura Pablo reía a todo chancho con los audífonos puestos mientras veía unas caricaturas... cuando miro hacia adelante todo el lado izquierdo de mi boca había perdido la sensibilidad... en ese momento empiezo a pensar casi asustado que la muela del juicio estába molestando... pero lo raro era que me la habían sacado y sólo quedaba la de arriba que había salido con total normalidad y habían sido inspeccionadas anteriormente... cierro los ojos y lo peor llegó... se me había dormido el lado izquierdo de la boca y el orificio izquiero de la nariz... miré a Pablo que seguía riendo sin parar, al igual que la mayoría de los pasajeros del avión, me levanté sin anunciar a dónde iba y me dirigí a la parte delantera de la cabina donde la jefa de cabina, diez años menor que yo, se encontraba arreglando el carro con las comidas... pasé por su lado y entré al baño, no quería hacer alboroto.
Saqué un pañuelo desechable e intenté sonarme... una muchosa horrible salió sólo de mi orificio izquierdo, el mismo que estába paralizado... pensé: se me está saliendo la masa encefálica, tengo un ataque cerebral y estoy muriendo.
Salí pálido y al borde del desmayo de aquel diminuto baño. Sin sensibilidad en el lado izquierdo de mi cara me acerco a la jefa de cabina que tarareaba felíz una melodía brasileña después de una semana de descanso en aquél maravilloso país... pálido y paralizado me acerco y le cuento mi situación. Ahora la paralizada era ella, me dijo : "tenemos que informarle al capitán, quizás tengamos que parar en algúna ciudad".
Inmediatamente miré hacia abajo por una ventanilla y vi el amazonas, vi los ríos cruzar la selva y juraría haber visto a algún mono o loro golpear la puerta del avión casi de burla para entrar.
La tripulante, asustadísima agarró el micrófono y me dijo :" debemos buscar un mérico abordo, debo preguntarle a los pasajeros si hay algún doctor aquí adentro".
Ella, ya descompuesta, estába confundida, que malo era de estropearle su vuelo, que malo de venirme un ataque cerebral en ese minuto, cómo iba morir en medio del amazonas cuando sólo tenía un real que me había sobrado del viaje? no tenía ni un peso para quedarme en el amazonas solo! no podíamos bajar el avión.
Le pedí que no hablara por micrófono porque mi novio se encontraba en el avión y podía asustarse.
Me acerqué a él, noté la rabia que le había ocasionado el hecho de que lo había interrumpido en su risa, se sacó los audífonos y le conté lo que sucedía, entró en pánico.
A esas alturas y en la mitad de la nada la jefa de cabina, Pablo y el capitán estában enterados de lo que me ocurría... en cualquier momento me moría de un infarto y yo expendía mi masa encefálica por la naríz mientras no sentía nada...
El capián me propuso llamar por radio a Santiago y pedir ayuda médica antes de interrumpir el vuelo y aterrizar en cualquier parte para que me hospitalizaran, en ese momento Pablo se puso blanco y vi que se iba a desmayar en cualquier segundo.
Le propuse que me recostaría un rato y eso hice mientras que Pablo me tapaba y las azfatas mientras pasában por mi lado se persignaban casi dándome la extremaución...
Cerré mis ojos y rogué que llegáramos rápido a Santiago... momentos después los abrí tras una pequeña siesta y ya había vuelto a la normalidad.
Con verguenza aguanté las siguientes tres horas de viaje mientras el capitán mandaba a preguntar por mí y yo lo único que quería era almorzar...
Llegamos a Santiago y mi ataque había quedado como una anécdota más de un vuelo, el que nunca olvidaré...