puertaquince

viernes, marzo 24, 2006

sacar las castañas con las patas del gato o atenas en el corazón


... el vuelo de olypmic airways llegaba a atenas procedente de berlin sin mucha demora. un anuncio en un griego histérico y en un inglés desordenadamente chamullado pedía a los pasajeros desembarcar con el pasaporte en la mano porque buscaban a un delincuente que estába en el avión... que emocionante! podría haber estado al lado mío durante las 2 horas de vuelo y yo no me había dado cuenta! podía haber estado fumando en las filas traseras en aquel vuelo donde hasta el día de hoy se puede fumar, hasta me pudo haber secuestrado, desviado el avión a puerto montt y haberle exigido un rescate a mi tío Mohamed V, dueño de hoteles y autos de aquella ciudad, pero no, nadie sabía quién era, aunque tiempo después, conociendo a los griegos, pensé que se pudieron haber equivocado de avión y mientras nos desembarcaban con azafatas falsamente sonrientes, no pensaban que podía ser el vuelo procedente de parís, roma, londres, damasco o madrid que a la misma hora aterrizaba en aquel galpón de la capital griega.

nadie movió ni un pelo, todos sacamos nuestros pasaportes y desembarcamos.
lo realmente importante de ese viaje no fue el avión, mi posible secuestro, no fueron los policías, ni la embajadora de chile en ese país (quien me regañó por botar una lágrima de amor en su oficina y me ordenó desalojarla hasta que me pudiera controlar), sino que fue en ese viaje cuando sentí algo por alguien por primera vez...

la isla de santorini, thira en griego (poner la lengua entre los dientes y resbalarla hasta alcanzar la pronunciación correcta) estaba vacía. mochileros que la visitaban fuera de temporada se reunían en el único bar abierto de aquella isla de dos por dos, donde pasé tardes enteras mirando desde una colina el aeropuerto esperando ver despegar y aterrizar aviones, contando pasajeros que llegaban y salían, nunca eran más de 10 por vuelo, en los dos vuelos diarios de aegean y olympic. el bar, habitado por turistas que esa noche se refugiaban de la lluvia y de la lata de no poder hacer nada. en una mesa yo y mis nuevas amigas francesas, algunos alemanes (obviamente con su cerveza en la mano, porque así fueron amamantados) y un suizo de quien sólo recuerdo que era de suiza y que era el único, quizás de la isla, pero sin duda del bar, que no había ido a pasear, sino que a hacer negocios.

viajaría él esa mismo noche en un ferry a creta, yo se suponía, tomaría el primer avión del día siguiente rumbo a atenas y dos días después de vuelta a berlin. no lo pensé dos veces y tras haber malentendido, según me di cuenta después, unos guiños falsos, quizás producto de algúna picazón y de algúna mirada media romanticona mentirosa, me decidí a partir esa mismo noche de tormenta furiosa con él a creta.

me pasarían a buscar media hora antes de que saliera el ferry, quedamos a la 1:30 de la madrugada. empaqué mis cosas a eso de las 11:30 de la noche y procuré reservar un boleto para dos días después entre creta y atenas.

empaqué mis cosas, me senté en la cama, me acurruqué en mis frasadas con olor a encierro de aquella habitación con vista al mar, lloré de pena y dormí hasta el día siguiente.

salí a la calle, tomé un taxi y me subí de vuelta a atenas, con la sensación de haberme mareado en aquel barco que nunca tomé y después de haber pensado que todo fue un lindo sueño de una noche de tormenta en la isla santorini.