puertaquince

sábado, abril 01, 2006

el tripulante maldito



Cuenta la historia que cuando el vuelo 416 despegaba la tormentosa noche del 7 de marzo del año 2001 desde París a Santiago, con escala en Buenos Aires dos hombres se conocieron y se volvieron a ver 5 años después.

El avión estába lleno. Una fuerte tormenta demoraba el despegue desde el aeropuerto Charles de Gaulle de la capital francesa, aeropuerto, que dicho sea de paso, absorbe la mayoría del tráfico aéreo internacional de Paris.

El boeing 777 de la compañía francesa demoraba el carreteo a la pista por la nieve que a eso de las doce de la media noche caía sobre el aeropuerto. Sentado en una de las últimas filas, afortunadamente en pasillo por lo inquieto y curioso que a los 19 años era, me disponía a derramar lágrimas de olvido para despedirme así de los 45 magníficos días en el viejo continente, cuando mis compañeros de fila empezaron lo que se transformaría en mi peor pesadilla.

Casi exagerando el acento argentino, mis vecinos hablaban sin parar. El vuelo despegó, la comida se sirvió, las luces se apagaron y ellos seguían hablando...

Si bien, debo ser conciderado y pensar que fue gracias a la gran chachara de mis acompañantes de fila lo que me permitió olvidar la pena que sentí por dejar las experiencias que me habían marcado y que yo suponía olvidaría en el momento en que las puertas del triple siete se cerraran.

Me levanto para conversar en la parte posterior con la tripulación, cuando del baño se abre la puerta y casi me golpea. Un tipo sale y me pide en argentino perdón diciendo : "Che perdoná" y yo le digo que no pasó nada.

Nos pusimos a hablar y me dijo: " yo soy tripulante de esta línea aérea y voy sin uniforme porque no estoy trabajando en este vuelo, ya que voy de vacaciones a Buenos Aires a ver a mi familia. Nadie sabe que soy gay y no quiero que nadie lo sepa".

Hablamos un poco más, le hablé de mi, de mi viaje y no alcanzamos a despedirnos en la escala en Argentina.

Al llegar a Santiago mi celular sonó y era él para despedirse. Sentí un gran alivio porque pensé que lo que yo sentía no se había quedado del lado de allá, sino que viajó conmigo a través de los recuerdos y de la conversación con aquél tripulante en ese vuelo.

Tres años después entré sin querer queriendo a trabajar en esa aerolínea y con sorpresa, a los pocos días me lo encuentro, muy amigo de alguien que nunca me quiso se hizo el que nunca me conoció. Pasaron tres años más y nos seguimos viendo esporádicamente en sus escalas en Santiago e insitía en no conocerme...

No hice más esfuerzos y cuando el que nunca me quiso me dijo que no era cierto que yo lo conocía, yo, de memoria, le dije su nombre completo y casilla electrónica, él sólo respondió "que tripulante más maldito, me dijo que no te conocía".