puertaquince

viernes, abril 14, 2006

Los putos también lloran


Y mientras un hip hopero se acercaba a la novia de mi amiga y ella lo esquivaba más que con la mirada mientras me pedía auxilio con sus ojos de muñeca de porcelana y en el segundo en que su novia era devorada por otra chica, otro hombre se acerca a la niña de porcelana e intenta, infructuosamente, bailar con ella. Mi único rol era que no se cayeran de la tarima mientras bailáramos como monos aquella noche de colas eufóricas que, casi asfixiados por el estrechez de sus atuendos, saltaban repitiendo coriografías del programa rojo.

El hip hopero se me acerca y me dice que quiere bailar con la chica de los ojos lindos, en ese segundo yo le dije, es mi novia, inmediatamente se alejó. Lo hice como narrando una micro historia de ficción, un micro cuento de mentiras, pero sabía que era la única forma de sacármelo de encima, o mejor dicho, de sacárselo de encima.

Me doy vuelta y el segundo chico empezaba a menear caderas con la chica de porcelana, cuando se me acerca y me dice que le gustó mi amiga. Para ese entonces el hip hopero ya se había ido. Inmediatamente y al ver que a mi amiga no lo molestaba la presencia del nuevo individuo, los dejé solos, cuando el chico me da vuelta y me dice, pero soy hétero. Yo le dije que todo bien y seguí bailando como un mono que saltaba por una banana. Me vuelvo a dar vuelta y el mismo chico me dice, soy gigoló. Mi única aproximación con un gigoló fue cuando el Benja Vicuña hizo de puto en una teleserie.

De cierta forma me enterneció el puto de musculosa negra y de tez morena al que sin duda le faltaban más que algunas cazuelas. Su mirada, ante la chica de mi amiga, con la que él bailaba, denotaba ternura.

Me dijo que estaba trabajando esa noche, que intentaba conseguir chicas para cobrarles mientras apuntaba con la mirada clavada a otro chico al que me advertía que cobraba hasta por dar un beso. Aclaración que blanqueaba su imagen de puto tristón que se escapaba por un segundo de su pega y se daba el tiempo para "cuartiarse" a la niña de porcelana.

Decidí dejarlos solos para que se conocieran mejor. Sabía que la precariedad del español de la novia de mi amiga podría jugarles una mala o buena pasada a esta parejita de niños santos que se meneaban al compás de una música horrorosa. Los había dejado solos para que se conocieran mejor y para que el puto pudiera reposar sus ansias laborales en un momento de diversión. Seguía mirándolo desde abajo del escenario esperando que no se cayeran de él. Me enterneció ver unos abrazos gratuitos y unos besos en la mejilla sin el signo peso en sus ojos.

Al poco rato ambos cayeron y fue ahí cuando la muñeca de porcelana se rompió y el chico advirtió que la noche se pasaba muy rápido como para seguir llorando lágrimas de cariño.