Cartagena en el corazón
Mi madre me había invitado a que la acompañara a un congreso en Cartagena de Indias, Colombia, organizado por la Fundación del Nuevo Periodismo Latinoamericano que dirige, desde la distancia, Gabriel García Márquez.
El único requisito que mi madre me había puesto era que yo debía costearme el pasaje. Nada de tonto asalté a mi padre con sus kilómetros de LanChile y ya, pasaje conseguido.
Fuimos meticulosos en que los vuelos coincidieran tanto para mi madre como para mi. Recuerdo que partiríamos una mañana de día jueves. Yo, el día anterior acudí a la Universidad, cuando suena mi celular y mi madre me dice que le han puesto una reunión de directorio en TVN y que deberá tomar otro vuelo, llegando con un día de retraso a Colombia, pero que yo no me preocupara porque me estarían esperando.
Como no tengo problema en montarme arriba de los aviones, me nutrí del último libro de García Márquez por si me hacían algo así como un control cultural de sorpresa. Con el libro al hombro volé rumbo a Bogotá para luego conectar a Cartagena. El vuelo, previa escala en Lima, arribó al aeropuerto El Dorado de Bogotá con 5 minutos de adelanto. Ya advertido de que la aerolínea que tomaría en conexión no pasaba por buenos momentos económicos, nunca pensé lo peor: me habían cancelado el vuelo y yo debía esperar 7 horas en Bogotá.
La Vega Central es más ordenada que el aeropuerto El Dorado, pero bueno, técnica número uno en estos casos es sonreir, asique sonreí. Me acerqué donde una señorita y en una conversación muy cofusa yo pedí un teléfono y como si fuera poco me tansportaron al salón VIP.
Más de algún narco que esperaba esa requete calurosa tarde su vuelo en ese diminuto pero necesario salón Vip se vió atormentao por mi presencia. Yo, de guayabera y zapatillas fluorecentes (adhoc con la caribeña y tropical ocasión) comía panecitos, mandaba mails y bebía agua mineral de la buena, todo sin entender porqué estába yo ahí, pero cuando me preguntaban algo yo me hacía el leso.
Mi vuelo finalmente despegó y yo fui invitado a embarcar prioritario, como si de un convicto vip se tratara y ahi estaba yo, recibiendo reverencias de las tripulantes que tampoco entendían porqué un mal vestido cabro era tratado así, pero no importaba, ya que lo que importaba era salir.
Fiel compañero de viaje, el libro del "Gabo", como le dicen a Gabriel García Márquez, me instruyó sobre su familia, hermanos y padres.
El vuelo aterrizó en Cartagena y un letrero con mi nombre era sostenido por un señor que vestía un envidiablemente bello traje blanco. Me disculpé por la demora y me corrige que había sido informado. Estrechamos manos, pongo la voz un poco más ronca para borrar evidencia algúna y me invita subir a su auto, donde una mujer negra como la noche y dulce como un chocolate aguardaba sin prisa algúna.
Guardo mi libro en la mochila y me siento al medio del asiento de atrás, frente a frente al reflejo de sus ojos que miran tiernamente por el espejo retrovisor. Tomo aire del que quedaba poco por la humedad y pregunto: bueno, ustedes específicamente qué hacen en la Fundación.
La noche se ríe, se da vuelta y me dice, él es el hermano del Gabo y director de la Fundación que el Gabo preside.
En ese minuto quise ser deborado por la tierra cartagenera.
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