la reina y el hotel
Pasaba el mes de enero del 2002. Como todas las temporadas altas en los hoteles, debido al verano en el Hemisferio Sur y a la llegada de turistas que pasaban por Santiago de Chile en tránsito después de haber atracado sus barcos o aterrizado sus aviones.
Los de la concerjería del Hotel Hyatt a eso de las 8 de la noche no queríamos más guerra. A esa hora ya se habían ido la inmensa mayoría de norteamicanos que en la tarde del día anterior habían atracado al hotel con mil maletas que nosotros, los bell boys o botones, debimos descargar y despechar a cada una de las habitaciones para luego, al día siguiente, recolectar y volver a subir al bus para que se fueran al aeropuerto.
A las 8 de la noche no queríamos más guerra. Apoyados en el mesón de concerjería escuchamos la campana de la recepcionista de turno, una siuticona cualquiera que por no decir yur atenCHON y pronunciar bien el inglés, ya se creía la última chupada del mate.
Y partí yo a atender el campanazo. Los pasajeros eran tres; una mujer y dos hombres de aspecto sobrio pero distinguido. Uno de mis compañeros acompaño a la mujer y yo fui asignado para acompañar a los hombres.
El hecho que ese mismo día la tonelada de gringos desocuparan la millonada de habitaciones, significó que había mayor disponibilidad para elegir a aquellos huéspedes que entraban ese mismo día.
Cuando entramos los tres a la habitación siguiendo el protocolo rutinario de abrir puertas, mostrar baño, mostrar caja de seguridad, mostrar cama, mostrar vista, sonreir y estirar la mano, veo que las dos camas eran de 1/2 plaza cada una, ridículamente pequeña para tan grandes huéspedes.
Lo también noté mientras subíamos era que posiblemente mis dos pasajeros eran pareja, amantes, amigos con ventaja o en el avión se tomaron unas champagnas de más y se gustaron, la cosa era que había onda entre ellos.
Pido permiso para tomar el teléfono, llamo a recepción para pedir cambio de habitación alegando que la vista era pésima y las camas chistosamente pequeñas, cuando hago una pausa, tapo el micrófono del teléfono y les pregunto en mi mejor inglés, cama matrimonial para los señores?
Inmediatamente la recepcionista empezó a toser, se escuchaba el ruido del computador como si buscara, reconfirmara y requetecontra confirmara algo, mientras ellos se ponían rojos se miraban, transpiraban y no querían entender... la recepcionista eleva su voz y me recalca, "pero si son dos hombres" y le respondo inmediatamente que eso es afirmativo y le pregunto "¿tiene acaso usted algún problema con eso?" y ella alega que no.
Ellos me miraron, sonrieron con complicidad y me dijeron, casi titubeando en un inglés afrancesado, si porfavor.
Cruzamos nuevamente el pasillo, abrí la puerta de su nueva habitación y les deseé una felíz estadía.
1 Comments:
jaja, me encantó tu historia, eres realmente como una caja de Pandora.
cuando me comentaste que te habías creado un blog pensé que no lo renovarías tanto, porque en general es la actitud de muchos.
Y veo que avanzas rápidamente en esto... mucha gente no es tan constante. Debe ser tu apetito voraz por expresarte, y bueno, hazlo, que hace bien para el alma desahogarse.
Cuando leo tus historias me pasa un pensamiento por la cabeza. "Acaso no me pasan cosas?" y llegué a la conclusión que obviamente sí me pasan cosas, es sólo que no tengo tu forma tan particular de ver las situaciones, y la vida en general, que da gusto. Siempre atento. Siempre apasionado. Siempre vivo.
Veré qué puedo hacer al respecto. Vivir conciente, vivir.
Provocas respiros, provocas anhelos, provocas y evocas.
Éxito en todo.
By Anónimo, at 11:05 p. m.
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